Compartimos el texto que leyó Carglos García Gual en su aceptación del Premio Internacional Alfonso Reyes 2020.
Queridos amigos y amigas:
¡Cuánto siento no poder estar ahí para agradecerles de modo presencial con muy cálidos saludos y abrazos este premio, que me deja emocionado porque refleja, creo, no sólo un generoso aprecio de mis escritos, sino un claro afecto amistoso hacia mi trayectoria, muy bien amparado con el prestigioso nombre de nuestro querido Alfonso Reyes!
Al repasar la lista de los premiados en los años anteriores, figuras todas muy admirables y significadas en los campos de la literatura y la cultura, encuentro al final, los más recientes, los nombres de cuatro o cinco amigos con los que aún puedo conversar.
Pero hay otros a quienes habría querido conocer y ya no puedo. De modo que, parodiando el ritual de nuestra Academia de la Lengua, que prescribe que el recién entrado pronuncie un elogio de otro recién fallecido, me gustaría evocar, rápida y puntualmente, a un amigo inolvidable que fue Premio Alfonso Reyes, nada menos que 2001, y que ustedes conocen bien, que nos ha dejado el pasado año, es decir, a nuestro querido y añorado Miguel León Portilla.
Y no sólo para destacar sus grandes méritos como autor de libros magníficos, el intelectual, historiador, lingüista, al que todos ustedes conocen, sino como un amigo entrañable, de gran humanidad.
Yo lo conocí en 1992, en un coloquio en Albany ( USA), sobre el descubrimiento y España de América, y lo volví a encontrar en otro – de mitos e historia- en Zacatecas, y de nuevo en otro en Trujillo, y luego en Ciudad de México, hace tres años, en 2017, cuando me invitó a comer y charlar, y me regaló su última antología de textos náhuatl, De tinta negra y roja con una cariñosa dedicatoria: “Ay, Don Miguel, ¡de cuántas cosas hemos charlado y cuántas veces nos hemos reído juntos!”.
Debo confesar que mi imagen de México está siempre unida a los recuerdos de muchas amistades de ahí, amigas y amigos queridos que no voy a nombrar ahora, pero cuyos nombres y caras, en mi memoria van conmigo. Guardo, pues, una imagen de México teñida de simpatía y ahora de nostalgia, de variadas estampas y recuerdos, que van de Zacatecas a Monterrey, de Guanajuato a Guadalajara y Mérida, y también, muchas veces, a la capital, con sus hermosos paseos y plazas.
No pude, por razones de edad conocer a Don Alfonso Reyes. ¡Lástima porque a través de sus escritos y sus anécdotas se trasluce una enorme simpatía, una enorme calidad humana, su humorismo, su ironía, carácter generoso, su inmensa cultura, y sobre todo su talante humanista, y amor a la cultura antigua, me habrían encantado. Amor a la cultura, sobre todo literatura de la Grecia antigua!
A menudo recuerdo, como una curiosa anécdota, que yo vivo a pocos pasos de la casa y en la misma calle donde se alojó Don Alfonso cuando llegó a Madrid, en 1914. Era joven y venía a Europa.
Ahora esta calle ha cambiado de nombre, se llama De Conde Peñalver, que fue un alcalde de Madrid, y no Torrrijos, como se llamaba antes, que era un general que murió fusilado por liberal. Han cambiado los edificios, ya no hay tranvías, la plaza de toros se ha ido más lejos, pero algo del viejo Madrid queda todavía.
Este Madrid es el evocado en los Cartones de Madrid, esa estupenda obra que ahora ha reeditado, con excelentes comentarios, la Universidad de Nuevo León el año pasado.
Ahí se ven las frescas impresiones de los primeros años en Madrid, en los que don Alfonso puso grandes entusiasmos, conoció a otros escritores y, guardó siempre en su memoria con un hondo afecto.
A falta de esa larga conversación con él que la cronología ha hecho imposible, he tenido, sin embargo, un coloquio muy duradero que, creo, está fundado, en nuestra relación con el mundo griego y con sus muchos libros.
Comparto ese humanismo que va mucho más allá de una evocación arqueológica, como él dijo “Todavía pensamos y sentimos sobre raíces griegas . Llevamos a Grecia por dentro”, según dijo, ciertamente unos más adentro y otros menos.
Bueno, creo que también, dejando a estos amigos evocados debo ahora decir algo sobre mí mismo. Quizá, tal vez, para justificar a quienes quienes ahora, tan generosa y amistosamente, me han premiado. Intentaré ser breve.
Yo soy un helenista profesional. Es decir, soy un impenitente profesor de griego antiguo. Durante cincuenta años he enseñado gramática y lingüística griegas, repetí comentarios sobre textos famosos y, a la par, he traducido a muchos autores clásicos.
En mis primeros años de profesor fui Catedrático de Griego en un Instituto de enseñanza media; y más tarde lo he sido en varias universidades (en Granada, Barcelona, en la Universidad Nacional de Educación a Distancia) y en los últimos años, en los últimos veinticinco años, en la Complutense, en Madrid, donde sucedí en la cátedra a mi maestro prestigioso maestro, el profesor F. Rodríguez Adrados, que acaba de fallecer.
He ido envejeciendo releyendo a Homero, Esquilo, a Platón, y a otros estupendos autores antiguos. Por el camino he escrito como unos cincuenta libros, bastante variados, temas de literatura antigua, y he tratado de figuras de la historia de la filosofía, de literatura antigua e, incluso, de literatura medieval, y también de literatura comparada y crítica literaria.
Una trayectoria, como verán, bastante variada, y que ha ido tomando temas diversos a lo largo de los años. Entre estos asuntos me gustaría volver a recordar los temas de mitos y filosofía, donde he tratado a autores que estaban, en su tiempo, un tanto marginados por la filosofía oficial, como Epicuro y los cínicos griegos, en un par de libros que, en su tiempo, tuvieron bastante eco.
Pero no voy a cansarles con una ristra de obras y títulos; para abreviar apuntaré tan sólo las líneas fundamentales de ese largo recorrido personal en cuatro apartados.
En primer lugar la traducción: Siempre me ha atraído la traducción, traducción de textos antiguos, pero también me ha atraído por sus aspectos teóricos como un ejercicio de inteligencia. La traducción, como decía Umberto Eco, es la lengua de Europa.
He traducido no sólo a los grandes e indiscutibles clásicos, por ejemplo, he traducido la Odisea, los poetas líricos y algunos trágicos, sino también textos tardíos, como las Vidas de los filósofos ilustres de Diógenes Laercio, y aún más tardío, la Vida y hazañas de Alejandro de Macedonias de un tal Pseudo Calístenes.
Es decir, he intentado, aquí en las traducciones, como también en otros campos de la filología, abrir horizontes, ir un poco más allá de esos límites de los clásicos de siempre muy marcados por la retórica.
En segundo lugar, he escrito bastante sobre filosofía, yo no soy profesor de Filosofía profesional, pero soy un aficionado a ese mundo fantástico de los filósofos y sus largas discusiones. En libros como Epicuro (que es un libro de 1980 aunque se ha editado muchas veces) y en La secta del perro quise reivindicar a personajes y títulos que estaban muy marginados pero que son de evidente modernidad actual. Son libros que han tenido un cierto eco y me alegro de ello.
En tercer lugar, Historia literaria. También está en relación con mis enseñanzas de Griego, pero quiero recordar que fue en 1972, es decir, fue uno de mis primeros libros… En el 72, imagínense ustedes, está ya casi de 50 años de distancia, escribí sobre Los orígenes de la novela donde quise destacar que los griegos también, al final de su historia literaria inventaron este género que es el género de la modernidad. Y también me ocupé poco, entonces, de la historia de las novelas de otras épocas y en primeras novelas europeas me ocupé de las novelas del siglo XII y del siglo XIII, en francés y otros idiomas europeos que toman argumentos míticos como son la historia del Rey Arturo y sus caballeros, y enlazan estos con el amor cortés y avanzan en la historia, como digo, de este género de ficción que va a ser el gran género de la modernidad.
Como último tema pero que he desarrollado mucho en los últimos años, está la Mitología; he publicado sobre temas de la mitología, muy diversos estudios – creo que son diez o doce libros- hablando de los enfoques de mitos y sus ecos míticos en la gran tradición europea, que arranca de los griegos; la mitología clásica es la mitología griega, pero se presta a representaciones constantes, reinterpretaciones a lo largo de la tradición literaria.
Hay que recordar que los mitos griegos tienen una cualidad especial que es que no son dogmáticos, sino que son historias prestigiosas de antaño que se prestan a ser contadas una y otra vez, y que contaban no los sacerdotes sino los poetas. Y eso ha dado a esta mitología una flexibilidad y una viveza que aún recordamos.
La mitología griega sigue siendo nuestra mitología esencial.
Tengo que añadir que he escrito muchos varios prólogos, ensayos diversos, reeditados una y otra vez. Y entre ellos yo destacaría uno de los más recientes, Figuras con paisajes griegos, que publicó la Universidad Autónoma de Nuevo León, en 2017, de una manera excelente. Es una edición de la que me siento muy orgulloso.
Y me gustaría recordar ya al final, que aparte de todos estos, he actuado también como fundador, consejero y asesor de una larga serie de traducciones de la “Biblioteca Clásica Gredos”, que ha sido la biblioteca más importante, hasta ahora, en las traducciones de textos clásicos. Llegaron a publicarse, entre 1977 y 2007, algo así como 415 tomos griegos y latinos (yo sólo aconsejé los griegos) y forman una espléndida serie de volúmenes donde están no sólo grandes clásicos sino autores menores como textos científicos. Ahí está Hipócrates, Euclides, todo Aristóteles, etc., que marcan, un poco, una etapa en la filología española.
En fin, debo concluir. Creo que este premio que hoy recibo me llega no sólo por apreciar mi tarea de filólogo, sino en buena medida se lo debo a la amistad y simpatía de pensadores mexicanos y amigos a los que yo quiero corresponder aquí de todo corazón y darles muy sinceramente las ¡gracias!